martes, junio 20, 2023

Reflexiones en una pandemia que ya fue...


¿Qué es la realidad? ¿Qué es la ficción?

Este par de preguntas pueden hallarse en cualquier libro de teoría literaria; no sólo son preguntas obligadas y necesarias, sino que son tan simples que parecen preguntas tontas. Como digo, se hallan en cualquier lado. Lo que no es fácil encontrar son las respuestas. Las respuestas a esas preguntas cualquiera las tiene, pero nadie sabe si son correctas. Y la mayor parte de las veces no existen respuestas correctas. Ahora, dime tú: ¿Qué es la realidad sino una ficción inventada por un dios loco? Cómo ejemplo, ¿a qué escritor con sentido común se le ocurre poner a su personaje (la humanidad entera) en tantas situaciones inverosímiles en un solo año? Virus y todo eso. ¿Qué no se da cuenta, ese autor dios loco, que corre el riesgo de caer en el ridículo de la inverisimilitud? En fin, la realidad es esto. Aquí y ahora, lo que toco y veo a mi alrededor. Eso es lo único que existe. 

Por eso aquí estoy, tratando de escribir una novela en medio de una plaga, de aquellas que sólo suceden cada siglo, aunque eso sí, aparecen con bastante regularidad. Eso deberíamos saberlo. ¡Pero hay tantas cosas que deberíamos saber, pero no sabemos! Por ejemplo, ¿Por qué la gente es tan estúpida? ¿Por qué piensa que sabe más de enfermedades que los científicos y los doctores? ¿Por qué hay gente que expresa su opinión cómo si supiera de lo que está hablando? 

Esta tarde fui al banco porque mi tarjeta había vencido. Hablé antes vía chat en su página web con un asesor que me dijo que esta debía haber llegado a mi casa, pero nunca llegó. Entonces al banco, ni modo. Al llegar, una amable empleada me dijo que debía tomarme la temperatura, pero al esperar que la tomara en mi frente me dijo que mejor me la tomaría en la muñeca. Le dije que esa lectura no iba a servir, ¿qué no sabía que era como de dos grados menos? Lo sabía, pero, me dijo, hay gente que cree y se queja que si se la toma en la frente le puede causar daño cerebral.  Sonrío bajo el cubrebocas y le agradezco, pero pienso que ningún daño adicional se causaría en un cerebro que piense así; el daño ya estaba hecho desde el primer día de su vida, al nacer en una familia, que digo en una familia, en un país en donde la educación y la ciencia valía para… Paré mi dialogo interior. ¿Qué caso tiene? Mejor a esperar a lo que fui y listo. Salir lo más rápido posible de ese caldo de gérmenes. 

No avanzo. Tengo ya listo desde hace meses el outline de la novela. Está prácticamente escrita en mi mente. En esta ocasión decidí empezar con la escena final. Vamos a probar. Soy muy visual, así que la escena se reproduce una y otra vez en mi mente como capítulo final de serie de Netflix en loop. Una y otra vez. Sé qué sucederá, puedo ver a mis personajes sobrevivientes, veo el sol del atardecer sobre las montañas mientras hablan, puedo oler el aroma verde desprendido de las cosechas, sé cómo llegaron ahí, pero no logro avanzar. Me culpo a veces y otras no de esa falta de avance. En ocasiones despierto por la mañana y reniego de no haber escrito el día anterior.  Me acuso de querer y no querer ser en realidad un escritor profesional. Me flagelo psicológicamente. Luego me digo: ¿se me puede culpar por no poder ser creativo durante una pandemia? Cada vez que uno tiene que salir a la calle se siente la caricia de la espada de Damocles. Todos estamos expuestos a un virus mortal. ¿Se me puede culpar? Acabo de leer en Twitter que Donald Trump tiene Covid. Era de esperarse, ¡es tan estúpido! Pero si al presidente de los Estados Unidos le puede dar Covid…

Después me digo que sí. Se me puede culpar porque tengo todo para escribir. El tiempo y el lugar. El estudio está subiendo las escaleras. El tiempo también está allá arriba. No tengo que salir, mis clases son en línea y me pagan el sueldo completo. Volver a las aulas está descartado hasta el año que viene. Tengo todo para escribir. Pero al despertar por la mañana no tengo nada.

(Hallado hoy, escrito en octubre de 2020).

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