miércoles, septiembre 06, 2023

Libros electrónicos vs. libros impresos: el dilema de un bibliófilo

La textura del papel, el levísimo sonido de las hojas de un libro al pasar la página. La perspectiva de arrellanarse en el sillón con un libro nuevo... ese era yo.

El aroma de los libros viejos, de esos libros que ya tienen una vida, anterior a la tuya, que les hace aún más interesantes, como aquellas damas de cierta edad que con una sonrisa parecen revelar todo pero no revelan nada... ¿Quién podría saber en qué lugares han reído antes, que ojos han visto todo de ellos? ¿Qué manos los han recorrido con amor? ¿Cuántas vidas han cambiado con su presencia?

O en cambio: el olor del papel nuevo, de la tinta recién estampada, el peso (de las palabras impresas). El tacto de esos libros encuadernados en tafilete, nervios en el lomo y corte de oro. O el del papel de ediciones rústicas pero de diseño esmerado, que no puedes esperar a leer. O el gusto de estampar mi ex-libris en algún libro recién comprado, para hacerlo verdaderamente mío, para ser leído por primera vez...

O la perspectiva de arrellanarme en el sillón favorito en una tarde lluviosa para sumergirme en la prosa (o el verso) de aquel libro largo tiempo buscado y por fin encontrado, un café espresso o single malt y un puro a mi lado... Ese lector era yo. Aún mejor, ese lector sigo siendo yo, pero con un pequeño añadido: el libro "e". Pero debo explicarme.

La "e" genial

Como lector voraz confeso que soy, la idea de los libros electrónicos siempre me atrajo desde que se les escuchó mentar por primera vez, hace varios años ya. Era la solución moderna a muchos "problemas lectores". Sin embargo, la idea de que estos sustituyeran a las páginas impresas me parecía ridícula. Era atentar contra la tradición, contra las bibliotecas, contra la búsqueda de una tarde en una librería, contra los aromas de papel y tinta en estantes de establecimientos modernos o muy antiguos, tal vez de nuestra ciudad o de otra en la que estamos sólo de paso; contra perderse ensimismado en una feria del libro, contra llegar a casa con una bolsa de libros nuevos, contra la felicidad del hallazgo en un librería de viejo, vaya, ¡contra todos los placeres de ser un lector!

Empero, la realidad es que hay ciertas consideraciones prácticas con respecto a los libros ahora llamados "impresos" (como si esto fuera algo que pudiera antes cambiarse); yo más que nadie disfruto de cada experiencia que los libros me ofrecen, pero en muchas ocasiones es casi imposible encontrar justo el libro que uno quiere o la edición que uno quiere, y cuando los hallamos tienen un precio muy elevado (aunque dicen por ahí que si un libro te parece caro no eres un verdadero lector...). En alguna ocasión, por ejemplo, quise comprar las obras completas de Enrique Jardiel Poncela, sublime irónico e hilarante escritor y dramaturgo español de principios del siglo pasado del que ahora se habla poco por sus circunstancias, pero de quien he disfrutado cada libro ('Espérame en Siberia, vida mía', 'La tournée de Dios´, 'Amor se escribe sin hache'). Se lo hice saber a mi entonces librero de cabecera y él hizo las diligencias: me consiguió una edición encuadernada en piel roja, ilustrada, corte de oro e impresos en papel cebolla que eran una delicia, cuatro tomos en una edición única, pero a un precio que hoy equivaldría a unos 400 euros (!). Ni que decir que los tuve que dejar pasar, con todo el dolor de mi corazoncillo de lector. Mi librero no tuvo problemas en venderlos, claro está: ya había compradores en fila. Y aunque siempre le he dicho a mi propio hijo que en lo que nunca hay que escatimar es en libros y en medicinas, todo, es verdad, tiene su límite.

Otro punto sobre los libros impresos es que a veces no existen ediciones de lo que uno desea leer: en alguna ocasión quise leer las obras completas de Giacomo Casanova (sí, el aventurero veneciano del siglo XVIII, a quien descubrí, más allá de sus lances eróticos, como un excelente narrador de aventuras y descriptor de los tiempos que le tocaron vivir), pero era imposible encontrar una edición en castellano ya que no se han traducido todos los tomos de su autobiografía... pero que al final pude leer en e-book en una muy buena traducción al inglés. En otro caso, me encontré conque las traducciones al español del Moby-Dick que tenía a la mano eran terribles... pero pude hallar la versión original de 1851 digitalizada en libro electrónico. Lo mismo pasó con la bibliografía completa de Ian Fleming: todos los libros de James Bond (lo que me motivó a escribir Huevos revueltos á la James Bond,  basándome en una receta del propio Fleming). Y pasó igualmente con otros muchos libros de los que ya no tengo memoria. El libro electrónico al fin es una maravillosa opción para quien gusta de verdad leer.


También es verdad, siempre se añora un buen libro recién comprado, pero como puede verse en la fotografía anterior, el hecho de tener un libro electrónico, en mi caso varios de los excelentes Kindle, de Amazon, nunca me ha detenido de comprar libros impresos, aunque siempre me encuentro con airadas opiniones en contra. Pero hay que mencionar que a lo largo de la historia siempre ha existido controversia y resistencia al cambio ante los formatos y las nuevas tecnologías; en tiempos de Jesús, el hecho de que el Nuevo Testamento se escribiera en pergamino y no en papiro como el Antiguo Testamento fue causa de conflictos ya que no sólo era un material diferente para escribir, sino también un nuevo formato: los papiros se almacenaban en rollos a diferencia de los pergaminos, que hacían uso de la novísima tecnología romana del códex, el primer libro encuadernado con páginas. En tiempos de Sócrates no se creía en la escritura como manera de preservar el conocimiento: esa era tecnología egipcia y por lo tanto extranjera, lo que los helénicos veían particularmente mal. El mismo caso se dio con el Buda y con Jesús. Y con Confucio. Ninguno de estos maestros escribió nada aunque sabemos que podían hacerlo, y en cambio fueron sus discípulos quienes decidieron utilizar tecnologías de punta (en su momento) para preservar sus enseñanzas.

Por otro lado, los libros electrónicos también tienen lo suyo:  la construcción de muchos de ellos es de alta calidad, hechos para durar y con materiales muy buenos; son dispositivos dedicados a la lectura, es decir, no son un iPad ni una tableta ni sirven para navegar las redes sociales; su llamada tinta electrónica se ve prácticamente como una hoja impresa, su pantallas no reflejan y se pueden leer en la obscuridad, pueden llevar un número enorme de libros en sus memorias, los más nuevos inclusive son resistentes al agua y el polvo, y cuentan con innumerables accesorios para su protección; los míos inclusive han tenido fundas de cuero hechas a medida que les dan un toque ciertamente muy elegante.

Pero lo más importante es la enorme y extensa oferta de títulos a la que se puede acceder a precios muy asequibles: la gran mayoría de las editoriales han reconocido el potencial del libro electrónico y cada día se publican más títulos en ambas versiones, la electrónica y la impresa, sin contar conque se puede descargar gratuitamente, en versión digital, cualquier obra editada antes de 1919 en sitios como Project Gutemberg de manera legal, ya que han vencido sus derechos de autor. Un libro electrónico es una simple descarga de datos, y al no utilizar insumos como papel o tinta, no tener que ser impreso ni necesitar de envíos y de tiradas, se pueden bajar sus costos y además contribuir a una menor destrucción del medio ambiente.

Otro detalle importante es, sobre todo hoy que vivimos en tiempos difíciles, estos de post-cuarentena COVID, la compra de un e-book se hace, repito, con una sencilla descarga electrónica que toma, a lo mucho, un par de minutos. Nada mejor para evitar contactos con el exterior o tiempos de espera mientras llega nuestro libro: todas las ventajas de la tecnología.

Yo mismo, al decidir publicar mi primera novela y entrar pláticas con un par de editoriales, me decidí finalmente a publicar en Amazon por la posibilidad de hacerlo en ambos formatos, el electrónico y el físico, y por el alcance y difusión mundial que la versión electrónica puede llegar a tener. 

Mi punto, querido lector, estimada amiga lectora, es que se puede tener lo mejor de ambos mundos, es decir, la fotografía no sustituyó a la pintura ni las motos a las bicicletas; las innovaciones tecnológicas hacen la vida más fácil, pero es difícil que sustituyan la experiencia, el gozo de las cosas que son perfectas en si mismas, como ya lo anunciaba Umberto Eco con respecto a la invención del propio libro, el original: "Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera." Los libros impresos nunca desaparecerán en tanto parte de nosotros, de nuestros sentimientos y experiencias, vivan en ellos, y puedo decir que una de las cosas en esta vida material de la que me siento más orgulloso es de mi biblioteca, la que heredaré a mi hijo como (espero) mi padre me herede la suya.

Pero si no ha probado nunca antes leer en un e-book, se lo recomiendo con toda seguridad. Lo que uno lee es la palabra escrita; el arte, la emoción o la pasión vienen de Shakespeare, de Cervantes o de Leo Tolstoi, y no del medio por el que se lee, y para estos fines los libros electrónicos (sí, también libros) son una invención genial.



Xavier H. Castañeda
©

Todas las fotografías son del autor.

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